lunes, 27 de junio de 2011

Un día en el cual todo se desvaneció

Tenía la cabeza en blanco. Siempre salía al patio y miles de ideas revoloteaban en su cabeza. Pero esta vez no, desde hace meses ya no era lo mismo. No sabia a que atribuirlo, su vida no había sufrido cambio alguno, no habían ocurrido ni desgracias ni tragedias, no había motivo para aquel cambio. Cuando luego de tanto tiempo de aceptar sin más la situación se sentó en su jardín a pensar, no llegó a ninguna conclusión relevante, interesante o digna de ser escuchada. Sin embargo, dedicaré algunas palabras a ellas: En primer lugar creía que el mismo reposo y la tranquilidad de su existencia podría influir e incluso ser la causante de la fuga de ideas. En segundo lugar contemplaba la posibilidad de que todo tenga un fin al que no debería buscársele causa. “Termino por que si” se aseguraba con poco convicción. Por último creía que quizás todo lo que pensaba que había sido su vida era una imaginación (tanto de ella misma como de alguien mas), tinta de algún escritor o sueños de algún habitante del planeta. Claro que esto era lo más sencillo que podía pensar. Tal vez su correr incesante de días eran imágenes que conformaban una extensa película que se miraba a través de los caños de escape de los autos. Y a decir verdad, esta idea era la que mas le convencía de sus insignificantes conclusiones.

El pensamiento que continuó fue una afirmación: “Aún puedo pensar, no lo habitual, no lo que quisiera, no con la misma rapidez y aún menos con la misma emoción, pero aún pienso”. Por supuesto a ella le resultaba incomprensible la idea de que se piensa todo el tiempo. “Uno no piensa a cualquier hora, tiene sus días, sus momentos especiales en el que se funde con la mente y queda atrapado en sus procesos”, acostumbraba decirse a si misma y a su entorno. Este siempre se oponía a su idea “Se piensa siempre. Al momento de prepararnos el desayuno y cuando estamos al borde del sueño, cuando dormimos todo sigue ocurriendo” afirmaban. Ella se limitaba a disentir sin dar explicación alguna y muchos así concluían que ni siquiera entendía sus propias ideas. En cuanto a su consideración acerca del pensar sostenía que esta era una “tarea divina” mediante la cual uno se encontraba a si mismo y borraba el exterior de su percepción. Con su teoría, vivir pensando equivalía a vivir atrapado en su propio mundo interno privado del exterior, por lo tanto, entregado a lo que vulgarmente la gente denomina locura. Volviendo a la afirmación: no le resulto un alivio. Sentía que sus capacidades se habían perdido en algún lugar… y ni siquiera habían tenido la cortesía de entregarle un mapa para localizarlos.

Sufrió muchos días. Su sufrimiento se debía a la espera. Deseaba que algún día en su rutina diaria de salir al patio, sus ideas volvieran y todo fuera como antes, aunque claro, ella no creía que las experiencias se pudieran repetir. “Nadie baja dos veces al mismo río”, había leído cuando era pequeña. Esa frase que al principio no comprendía luego fue una de sus certezas más preciadas. Nada podía ser como antes por el simple hecho de que ya existía la experiencia de la perdida de ideas, en el caso de recuperarlas esto constituiría un recuerdo que cambiaría la percepción del antes y después del hecho.

Ya han pasado dos años desde este suceso. Hoy me pregunto por que les cuento esto, que finalidad tengo; solo me encuentro con la duda. No lo sé, quizás quieran saber que ocurrió con ella: Jamás recuperó sus ideas, la causa es que nunca las perdió. A veces los seres humanos creemos que hemos perdido ciertas cosas mientras que estas en realidad no se han ido a ningún lado. Simplemente han mutado, han cambiado, han evolucionado.


Escrito algún día de julio del 2007

Revisado el 27 de junio del 2011

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